jueves, 14 de junio de 2018

TUYO QUE LO ES

La primera carta que escribí fue a los Reyes Magos. Mi padre, que me tenía sentado en sus rodillas, tuvo que guiarme la mano para que yo pudiera pedirles un carro tirado por un caballo, mi juguete preferido hasta que aprendí a jugar sin juguetes.
           La primera carta de amor que escribí no llegó a su destinataria. Me la comí ante la mirada atónita de mis compañeros de clase, mientras el profesor deFormación del Espíritu Nacional, que había tratado de interceptarla, me estiraba cruelmente de las patillas para obligarme a escupirla. No lo consiguió y me castigó. He olvidado el castigo y he olvidado qué decía la carta que nunca fue leída por nadie; pero aún recuerdo a quién iba dirigida: Una compañera de segundo de bachillerato elemental, algo mayor que yo, a la que a veces aún veo, convertida en una abuelita que siempre me responde de manera incongruente a lo que le digo, porque está sorda y no quiere admitirlo. Tal vez haya olvidado que, cuando tenía doce años, me dio una foto suya para que la guardara debajo de mi almohada.
            Es posible que esto no sea exactamente como lo cuento. Lo bueno de la memoria (herramienta muy imprecisa), es que suele convertir la realidad en literatura. También es posible que ésa no fuera mi primera carta de amor (desde luego, no lo fue si se considera como tal el darle una manzana a una niña porque te gustan sus ojos… cuando se tienen sólo seis años y aún no se sabe escribir). Supongo que luego he escrito muchas otras y supongo que de la mayoría de ellas, si no arrepentirme, ahora me avergonzaría si volviera a leerlas. Mejor que queden también en el olvido, como aquella que me comí.
            Hay cartas de amor de las que, sin embargo, me siento relativamente orgulloso. Son cartas literarias en las que el que ama no soy yo sino alguno de mis personajes. Algunas de ellas, incluso, han sido premiadas, y dos subidas a este blog:Por los libros de los libros (premio a la más original en el certamen de Calamocha del año pasado) y Señores de la justicia y de la ley  (primer premio en el certamen de Béjar, en el año 2005). Hoy voy a subir una tercera, la que me ha proporcionado el último premio recibido, recogido en Leioa apenas hace unos días. Fue una buena excusa para volver al País Vasco, después de mucho tiempo, y disfrutar de sus bellos paisajes, de su gente entrañable, de su sabrosa cocina… La foto corresponde al acto de entrega y, a continuación, os paso el texto premiado: una carta que no podía terminar con el tradicional “tuyo que lo es”, con el que yo ahora me despido de vosotros.

A veces sueño
A veces sueño que oigo tus pasos subiendo el último tramo de la escalera. Que vuelves a usar tu llave para abrir la puerta de la que es nuestra casa y que me encuentras terminando de poner la mesa para dos.
A veces sueño que, al llegar del trabajo, me estás esperando, descalza sobre la moqueta del que fuera nuestro cuarto, con el vinilo de Leonard Cohen que tanto nos gusta girando en el viejo tocadiscos y una botella de vino viejo recién descorchada.
A veces sueño que te has enfadado y yo no puedo dormir porque me das la espalda, que tengo que estirar la mano y alcanzar tu brazo que primero retiras, que luego dejas quieto y que, al final, se vuelve hacia mí para abrazarme… no en balde un día nos prometimos que nunca nos dormiríamos enfadados.
A veces sueño que viajamos de nuevo y despertamos ateridos de frío en la húmeda habitación de una posada de pueblo, de una fonda a la que llegamos cuando la noche se había cerrado y el cielo parecía venirse abajo en forma de aguacero.
A veces sueño que me esperas a la salida de la oficina, que venimos a casa caminando bajo los falsos plataneros, y nos tomamos una cerveza bien fresquita en el bar de la esquina, antes de subir corriendo la escalera: “¡El último friega los platos!”.
A veces sueño que es sábado y vamos juntos al centro comercial, que hacemos la compra para toda la semana y cenamos un pizza antes de ponernos de acuerdo en qué película vamos a ve a las once menos cuarto.
A veces sueño que es domingo y leo el periódico en la cama, mientras el sol entra a raudales por la ventana y tú, perezosa, te resistes a despertar.
A veces sueño que la nuestra es una vida normal y anodina, como la de tantas otras parejas que han aprendido a amarse día a día, una vez apagadas las llamas de la pasión que los consumió durante los primeros meses.
A veces sueño que aquella mañana te fuiste en el tren y el coche se quedó en el garaje.
… A veces sueño que no estás muerta.

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