viernes, 15 de junio de 2018

EL VERDE DE TUS PUPILAS

Está lloviendo en la Glorieta. La Glorieta está desierta. Se ha adelantado el otoño y las hojas, caídas en el suelo, se empapan con la lluvia que mansamente baja del cielo. Un hombre espera sentado en un banco. Quien lo viera diría que es primavera, que asombrado contempla los tiernos brotes verdes de los árboles, las yemas nuevas que luego serán rama y darán hojas que harán sombra cuando llegue el verano, y volverán a caer cuando el otoño regrese. El hombre no siente la lluvia que moja su cabeza, que cala su camisa y empapa el vello oscuro de su cuerpo. El agua escurre hasta sus zapatos y, en la tierra, se hace charco. Quizás el hombre, que parece calentarse con los rayos de un sol que no brilla, se crea en el verano y se imagine a sí mismo paseando descalzo por la playa, o vadeando un río. El hombre oye una voz. Escucha su nombre y se levanta del banco. Busca con los ojos hasta encontrarte a ti, que caminas despacio bajo la lluvia. El agua ha empapado tus cabellos, ha mojado tu vestido y ha calado hasta tu cuerpo hermoso para desvestirlo con descaro: ciñe la ropa sobre tus senos perfectos de pezones puntiagudos, tus caderas sinuosas, tu pubis de seda... sobre las piernas que te acercan al hombre que te espera. Ninguno de los dos siente la lluvia que sigue cayendo. O no os importa. Cuando llegas a su lado os quedáis frente a frente, callados, sin decir nada. Tú sonríes. Él sonríe y vuestras sonrisas se juntan en un beso. Al separaros, el hombre te mira a los ojos. El verde de tus pupilas le devuelve la imagen de mi rostro... Entonces te beso de nuevo y pienso que no me quiero despertar.

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